martes, 21 de noviembre de 2017

“La puerta del Infierno”, de Rodin, un proyecto creativo de 37 años.


El pensador, de Rodin, en su contexto preciso, pero con su incierto sentido.

Soberbia exposición sobre una aventura artística que duró 37 años, la creación de una puerta para el futuro Museo de las Artes Decorativas que nunca llego a construirse, del mismo modo que Rodin jamás vio la fundición de la obra, solo el molde definitivo al que llegó tras años y años de pruebas, cambios, retoques y  descartes que hoy contemplamos como obras de arte incomparables: El beso y Adán y Eva, por ejemplo. Del mismo modo, una de las figuras de La puerta del Infierno que se emancipó de ella fue El pensador, cuya presencia maciza, telúrica, imponente, en una habitación del Museo Mapfre donde comparte espacio con El beso, deja al espectador anonadado. La exposición sigue el recorrido cronológico de la creación  de la Puerta… y nos permite disfrutar de un sinfín de motivos narrativos que Rodin fue creando y corrigiendo hasta encontrar exactamente lo que se compadecía con el hilo narrativo que había de tener la obra: el Infierno de Dante. Está claro que Rodin no se ciñe al libro en todos los motivos escultóricos, porque la propia figura del pensador que corona el tímpano de la Puerta… nada tiene que ver con la obra literaria. Al parecer, la lectura de Las flores del mal, de Baudelaire, una de cuyas ediciones él ilustró, influyó no poco en la elección de los motivos para su Puerta... No hay un afán didáctico excesivo, que es el peligro que acecha a tantas exposiciones, pero tras haberla visto, el espectador tiene una idea clara del magnífico esfuerzo creativo que supuso una obra de arte que, sin embargo, y por razones obvias, no hemos podido ver en ella: el molde final de la Puerta…o una de sus fundiciones, lo que incita a cualquier que la vea a reservar billete a París para ver una de las 8 fundiciones que existen en el Museo Rodin o el modelo en yeso en el Museo de Orsay. La primera escultura que vemos es La edad de bronce, que fue acerbamente vapuleada por los críticos al denunciar que había sido construida a partir de un molde tomado del natural, lo cual obviamente, era falso. La gracilidad del movimiento levemente insinuado en la obra tiene un carácter musical, porque se trata de un gesto de danza. Posteriormente, dos figuras que fueron descartadas, y que fueron pensadas para los laterales de la puerta, como dos cariátides, Eva y Adán, nos introducen en el genio de Rodin: la fragilidad estilizada de Eva contrasta poderosamente con el poder gigantesco de Adán, quien, sin embargo, está captado en un gesto que se desdice de la rotundidez formal de su exaltada virilidad Hay una ternura ensoñadora en su gesto que nos recuerda el David de Miguel Ángel. Eva representa un gesto de la vergüenza que no acaba de entender el porqué de la misma. Hay arrepentimiento, pero, también, el candor del desconsuelo que despierta en quien la contempla la generosidad de la protección. Entre el más del centenar de figuras que contemplamos, me ha llamado la atención la Pequeña sombra mirando el abismo. Un ser retenido sobre sí, atreviéndose y retrayéndose a tiempo. Una pierna bien afincada sobre el terreno, en el espacio seguro de la protección, y la delantera, por el contrario, tanteando la frontera del abismo que lo atrae. ¡Qué facilidad, la de Rodin, para captar el conato de la emoción, ese momento auroral del sentimiento en que ha de definirse hacia una u otra manifestación! Ahí está la máscara de la llorona y los centauros. ¡Qué momento intenso del dolor que nos gobierna y que intentamos en vano sofocar! El labio entre tembloroso y mordido, la frente fruncida, los ojos cerrados y la mirada abierta solo a lo que duele por dentro, a la llama que nos consume… Entre las figuras descartadas, ¡qué delicada imaginación la de la cariátide caída que sostiene, sin embargo, la piedra cuadrangular donde se apoyaba cuanto no ha podido resistir! ¡Cuánta compasión en esa figura derrotada que se esfuerza por rescatar de su propia dignidad su razón de ser! Impresionante es, también, la versión en cobre de la cabeza cortada de Juan el Bautista, quien fija en su expresión la intensidad fulgurante del corte que la separa definitivamente del cuerpo. La cabeza, por su serenidad, se sabe ida más allá de la materia, pero aún ligado a ella, camino de la oscuridad a la que abrirá los ojos cegados por el brillo de la espada. Alguna relación hay entre ese dolor y el goce de la Cabeza de la lujuria, en forzado escorzo lateral de la reconcentración en un placer distante que nos recorre el cuerpo hasta la cabeza, la que, sin embargo, lo represa sin agitación, pero con la intensidad de quien paladea todas las sensaciones que ha ido hallando a lo largo del camino desde los puntos sensores hasta el rostro que no engaña sobre lo que siente.


El pensador es capítulo aparte. Aunque corona  La puerta del Infierno, tiene una vida propia al margen de ella, y pocos la relacionan con dicha Puerta…, como es mi caso. De hecho, no acabo de ver con claridad el porqué de su ubicación privilegiada en la Puerta…, como si pudiéramos sentarnos a pensar si podemos o no podemos adentrarnos en el infierno, caso de haber sido condenados o si, por el contrario, se trata de una apelación moral, una admonición sobre nuestra responsabilidad individual para evitar el hecho funesto de traspasar esa puerta que se abre bajo la piedra sobre la que el pensador discierne cuál ha de ser el camino de la vida que ha de escoger, según el bivio pitagórico. Este pensador gigantesco, cuyas dimensiones por fuerza han de impresionarnos a nosotros, débiles espectadores de su monumentalidad, piensa desnudo, sí, sentado sobre una piedra, hecho enorme bloque de piedra esclarecida, elucidado de lo informe hasta encontrar la dureza exacta de las proporciones aéreas, porque el pensador se lanza a un vuelo de preguntas entre nubes de hipótesis. La boca se agrieta en un gesto escéptico contra los nudillos esquinados de la mano y ambos brazos descansan sobre la misma pierna, la izquierda, lugar cordial del pensar. Visto desde el lateral son muchas las líneas creativas de la figura que se cruzan y descruzan hasta formar, incluso, una tela de araña o un laberinto. El gesto ceñudo es el propio el no saber, de no saber ni el qué ni el cómo ni el cuándo ni el dónde. Abstraído está, esto es, llevado fuera de sí, de la materia, hacia un laberíntico ecosistema de proposiciones. ¿En qué piensa El pensador? Todo él parece formado a golpes de pellas de barro endurecido por el dolor del pensamiento, ese “otro” parto. A su lado, qué anodino nos resulta El beso, una suerte de acuarela de la escultura, si comparada con la obra del inmortal Bernini.

2 comentarios:

  1. Una vez leí por parte de Taizen Deshimaru, el maestro que trajo el zen a Europa, que la postura de El pensador no era nada buena para la meditación. Pero imagino que la distancia que hay entre pensamiento en el sentido occidental y meditación oriental es todo un océano cultural.

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    1. Sobre la Puerta del Infierno cualquier posición ha de ser, por fuerza, sospechosa...

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