jueves, 24 de marzo de 2016

El fin de un desencuentro: Montserrat.



Contacto casi furtivo y masificación resignada: Montserrat de paso.

 Después de llevar viviendo en Barcelona más de cuarenta años, hasta ayer nunca había subido a Montserrat. Sé y no sé por qué, teniendo en cuenta la admiración estética que siempre he profesado a ese macizo montañoso que se me lleva detrás la vista así que me aparece en el horizonte visual cuando voy o vuelvo hacia y de Madrid. En parte, algo tiene que ver un refrán: No és ben casat qui no ha estat a Montserrat, pues desde que lo conocí supe que el sentido religioso de la montaña y mi sentido agnóstico de la vida no tenían nada que ver, y mi repudio al vínculo matrimonial me hacía enfadoso pagar tan fuerte peaje como la visita en cuestión. El secuestro que de Montserrat ha hecho el famoso monasterio benedictino, y su virgen de barniz deslustrado, donde Franco fue recibido gozosamente bajo palio, también ha influido lo suyo para sentir cierta aversión a la visita. Estéticamente, sin embargo, tan emparentada con el paisaje turco de la Capadocia y con la ciudad encantada de Cuenca, reúne todas las condiciones para depararme una hermosa experiencia de caminante enamorado de la belleza natural, esa tan trabajosamente formada por la evolución del planeta a lo largo de su ajetreada historia planetaria, y con la que tan difícil le es competir a la artificial de la raza humana.
 Ayer se trataba de una visita "de paso", un alto en el camino a Manresa, adonde hube de ir en el ejercicio de taxista honorario de la Sociedad Limitada de la que formo parte. El plan, visita matinal, almuerzo en Monistrol y regreso a Barcelona hacía vísperas me parecía suficiente para romper un voto no formulado y dejarme seducir por un paisaje que siempre he admirado. La mejor decisión de la visita fue subir al macizo en el famoso tren cremallera, una variante del ferrocarril, el de alta montaña, que bien merece pagar lo mucho que cuesta el billete, porque constituye una singular experiencia. Desde la propia estación de partida se advierte ya que Montserrat es un destino turístico de primera magnitud, y que si llamó la atención de Humboldt, como se la llamaron también esos dos maravillas que son El Teide y el valle de la Orotava, en nada ha de extrañarnos que se pueble de devotos jubilados, japoneses de delicada tez, colegios franceses que les pilla a tiro de piedra y otros especímenes varios del turistaje, como nuestra propia Sociedad Limitada.
Que conste que incluso Himmler visitó Montserrat, convencido de que en las dependencias de la abadía se custodiaba el Santo Grial... Es decir, que de ninguna de las maneras los senderos del macizo invitan al recorrido en recogimiento y afán de trascendencia... Incluso un par de jovenzuelos angloparlantes nos pidieron a mi hija y a mí un selfie, al que nos prestamos no sin mi protesta: But I'm so ugly...que les alegró, pues lo rieron con jocundidad, el resto de su itinerario... El día soleado y despejado permitía ver las nieves de los Pirineos, cuyo nombre, sin embargo, está asociado al fuego,  pirós, por la sensación de estar en llamas que producía el reflejo del sol poniente en la nieve..., y disfrutar del largo camino hasta uno de los extremos del macizo, el de San Jeroni, a cuya cima, por estrecheces de horario, no pudimos ascender, quedándonos apenas a un cuarto de hora de ella.
Las más de dos horas  de paseo dieron de sí, sin embargo, para disfrutar de un paisaje cárstico monumental al que fotografié poco pero con aplicación, queriendo creer ingenuamente que era el primer contemplador de dichas maravillas o, en su defecto, que era el primero en hallar un encuadre no captado con anterioridad. En cualquier caso, lo aconsejable es dejarse impregnar por el paisaje y aspirar a respirar al unísono con él, algo que no lo facilita la urbanización del sendero, pero no era día de aventura, sino de tímido primer encuentro.  
El búho de Minerva
Tiempo habrá para, con él por delante, explorar itinerarios más agrestes y menos frecuentados, y disfrutar con profusión de las sombras benéficas de las encinas y del tacto poroso de las rocas monumentales. La comida en El racó, a 300 metros de la estación, en el centro del pueblo de Monistrol, tan exquisita como bien servida, puso el broche adecuado a la jornada societaria. Y si un refrán me alejó de Montserrat tanto tiempo, otro me anuncia que volveré pronto: A Montserrat, tothom que hi ha anat bé n'ha tornat...


jueves, 17 de marzo de 2016

Elogio de la insociabilidad

                 
¿Discípulo de Caravaggio?
La vida retirada o la compasión sincera de Uno.
    
        ¡Pero cómo es posible que seas tan huraño, que no quieras saber nada de nadie, que no contestes a los guásaps, que no quieras ir a ningún lado, que no aceptes invitaciones de nadie, que haya de ser una hazaña hercúlea sacarte de casa o arrancarte un compromiso...!, oye Uno, este provinciano, con idéntica desgana que sordera, ignorando la profunda incomprensión de quienes Uno, el mismo que sigue redactando, no acaba nunca de comprender cómo puede ser posible que tengan, conociéndolo, el más mínimo interés o afecto en tratarse con él. Ser una persona aburrida, de conversación corta, de genio desabrido, de humor incomprensible, de aspecto patanesco, de opiniones infundadas, parcialidades facciosas y lleno de los más inverosímiles prejuicios, además de innumerables supersticiones, ¿no es bagaje suficiente, ¡y contundente!,  para entender que Uno renuncie a la sociabilidad? Bastante la ha tenido que ejercer a lo largo de su vida laboral como para, en las postrimerías de la biológica, haber de ceder, ¡de nuevo!, a exigencias de las que se va librando con tacha de arrogante, insolidario, egoísta, egotista, egocéntrico, egomaníaco, egolatra, egotonto y cuantas perlas con cuentaegogotas salen de quienes le reprochan a Uno que quiera ser quien es: Uno. Aún no se tiene conciencia, socialmente, de la despiada presión que la sociabilidad y sus muy diversos representantes, vecinos, colegas, familiares, amigos e tutti quanti...ejercen contra quien, por su parte, no cumple sino el precepto de la compasión bien entendida: librar a los demás del trato con quien representa antivirtudes como las expuestas ut supra, alguien, en definitiva, esto es, Uno, de quien deberían querer huir como de las pestes que asolaron en el medievo las ciudades europeas. La vida retirada es una magnífica oda de Luis de León, quien, para ignaros, no era ni un torero, ni un actor de moda, ni un cantaor de flamenco y copla, sino un ascético universitario amante de la música, la poesía y de ese ideal expuesto tan sucintamente en esas tres palabras maravillosas: La, vida y retirada, tres joyas de la lengua española que bien pocos saben tasar en su justo precio. Mi aspiración es hacerlas realidad sin poner tierra por medio ni levantar muros ni subirme, estilita anacrónico, a la columna donde padecer las tentaciones absurdas de la sociabilidad. Una ciudad es el ecosistema idóneo para poder darles, a esas joyas encadenadas, su prístino -permítaseme el arrebato...-  sentido. Y en ello me aparto, es decir, estoy: áspero, torvo, arisco y montaraz para con cualquier intento que me aparte de mi intención, de mi tema(variante femenina...), de mi designio. ¡Y que nadie, Otros, descubran el profundo amor al prójimo que  lleva a Uno a convertirlos en léjimos! Tiene mala prensa la hurañeza (Si hay ufaneza, ¿por qué no habría de haber hurañeza?), y ello concita la unanimidad social que parece imposible, por ejemplo, en otro orden de cosas muy dispar, para ponerse de acuerdo y formar gobierno, a pesar de no ignorar el dineral que costará no conseguirlo y haber de ir a nuevas elecciones. En tiempos lejanos e ingenuos Uno se declaró socialista insociable, pero no conseguía el efecto en los demás que ahora el amplio desierto de la incomunicación es capaz de lograr, una preciosa inaccesibilidad que, aun siendo confundida con orgullo, le permite acercarse al ideal augusto de la vida retirada. No se trata de que, con un poco de suerte y salud, los últimos 30 años de la vida hayan de ser una dedicación exclusiva al ars moriendi, sino de que haya un ars vivendi que permita el ars scribendi y otras artes más, como la muy delicada del cultivo del silencio y la introspección, cabezaditas seniles incluidas... En fin, Uno no acaba de entender que Otros lo tengan en sus puntos de mira como pieza de caza deseada, excepto que de ese modo cinegético cumplan en Uno el enigmático refrán: A burro muerto, la cebada al rabo. No pretende Uno, quien ya acaba, recibir plácemes de quienes incomprensiblemente pueden sentirse desairados por la esquivez y la propensión a dar esquinazo de quien tan humilde, ¡pero casi imposible!, ideal de vida tiene, pero aquí dejo la reflexión por mor de abrir una vía social que, supongo, no pocos otros Unos me agradecerán, desde el compartido y respetuoso silencio.