martes, 12 de enero de 2016

Cuando regalar es regalarse, quinta acepción ultramarina...


                               

                              
El indescifrable arte del regalo y lo real, y de las regaderas...


   Hemos vivido días de excesos coronados por la festividad de la epifanía polémica, a tenor de la lucha de sexos en que parecen haberse convertido las tradicionales cabalgatas, gracias al denodado intento de algunos cargos municipales de llevar la división social y sexual a cualquier manifestación ciudadana, porque por delante de la ilusión de las criaturas ha de pasar, ¡quien administra manda!, la labor de zapa de las rancias tradiciones sociales, parece deducirse, de ciertas actitudes reventadoras.
   Sin embargo, prefiero desviar el foco de atención de este observador de la vida cotidiana hacia ese gran momento familiar de la apertura de los regalos de Reyes, ese momento en que, más allá de los presentes concertados, atados y bien atados, se expone uno a encarnar la quinta acepción ultramarina de "regalarse": 5. prnl. coloq.Cuba y Ur. Dicho de una persona: Exponerse, conscientemente, a un peligro o a un riesgo, porque la contrariedad de quien no "ha sido acertado" con el regalo se exhibe, a menudo, como una profunda herida inciso-contusa de difícil sutura y de casi imposible cicatrización. Quien vive aquejado del mal del arte de regalar, una suerte de síndrome Stendhal de lo peor, con mucho, de las crueles costumbres navideñas, sabe perfectamente de lo que hablo y habrá sufrido, ignoro con qué frecuencia, esos chascos de quienes responden a la afrenta de ciertos regalos con un abanico de expresiones desconsideradas que hurgan en el ánimo de los artistas del regalo como el berbiquí en la madera del alerce: hasta el almario...
   Es materia delicada, la de los regalos y, sobre todo, a quiénes se les hacen, porque incluso pueden deshacerse anudadas afinidades y amistades por quítame allá un Lladró o un pañuelo estrafalario. Los hombres, por lo general, en fechas epifánicas, son de más conformar, como oí en las escaleras del Corte Inglés a dos abnegadas esposas: "pues a Jose le van a traer un pijama, mira lo que te digo"; "pues claro que sí, un pijama, muy bien", y a otra cosa, que la lista es larga, el tiempo apremia y la paciencia se deslíe... Ahora bien, a la que, en el seno de una familia, se le repite el regalo a la misma persona, pongamos por caso las socorridas pantuflas, el mosqueo y la indignación comienzan una puja de resultados imprevisibles.
     Insistir en que nada se quiere recibir se recibe, por lo general, como un insulto grave, de ahí que utilizar algún truco, como pedir un vídeo de una película de Tarkovski, pongamos por caso Solaris, es un recurso ingenioso y efectivo, siempre y cuando la persona no lleve la abnegación más allá de los límites razonables y se recorra la ciudad a la caza y captura de lo inencontrable.
     Tener los hijos crecidos y ponerse de acuerdo para "ordenar" el baile del consumo dentro de un orden práctico y ajustado a presupuesto es la justa retribución de tantos años aperreados como el inefable Schwarzenegger en Un padre en apuros, una película francamente subestimada, pero con la que no cuesta nada identificarse y en la que el actor musculoso parece verdaderamente actor. Tras todos esos años, ¡qué descansada vida regalada la de quien deja que cada cual se regale y se limita a proveer los fondos ad hoc!  
      No es extraño, por consiguiente, dado el estrés al que se someten regaladores y regalados, que más de dos y de tres acaben como regaderas, con todo este asunto que los comerciantes quieren elevar a arte distinguido cuando la común experiencia es la de la paciencia extinguida, el presupuesto esquilmado y el regalarse a la cubana...
     En efecto, ¡lo que se agradece un nuevo cepillo de dientes y un desodorante de larga duración!

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