domingo, 27 de septiembre de 2015

El voto del lisiado y Lisias inspirando el voto...


              


Votar a la pata coja y a la pata la llana, tras pasar por la sanidad de los recortes...


Finalmente, tras haberme interesado por si pensaban o no llamarme para el preoperatorio -y no pensaban hacerlo porque lo daban por hecho, ¡el de hacía un año, tras el cual me citaron para el año siguiente en quirófano!-, me lo hice y a los dos días entraba en quirófano para quitarme las calcificaciones y desmochar el agudo espolón que me ha atormentado desde hace años, a pesar de lo cual no menos de cinco maratones he concluido. 
He observado con atención como se manifestaban los recortes en este proceso de relativa poca importancia. La ausencia de camilleros para llevar los pacientes a los quirófanos me hizo estar casi una hora de espera en la sala de reanimación antes de entrar. La anestesista, muy amable, me acribilló a pinchazos el pie para dormirlo, uno de los cuales estuvo en un tris de hacerme aborrecer la tauromaquia para siempre... Acto seguido, sin embargo, el cirujano procedió con el bisturí a realizar la incisión y me lo hizo cuando aún la anestesia no había surtido efecto, lo que me provocó un grito de dolor que fue atajado inmediatamente, sin más aviso ni inquisición, con una mascarilla contra la cara como si el propio Mas no quisiera oír mis quejas, lo que me transportó a un leve cielo donde perdí el conocimiento mientras el encargado del taller me limpiaba el talón y me lo dejaba listo para otros cien mil kilómetros de entrenamientos, medias y maratones. Hubiera pedido las alas de Mercurio, ya puestos, pero apenas pude si meramente saludar a mi cirujano antes de que se afanara en su benemérita labor. Eso sí, cuando salí de allí, y a pesar de que querían internarme una noche, me convenció de que mejor en casa, y salí renqueante, aunque con el pie como un bloque de mármol que tardó exactamente doce horas en despertarse por completo.
A pesar del reposo, pierna en alto, a que estoy obligado, hoy me he levantado dispuesto a ir a votar, lo que he hecho apoyándome en mi conjunta y en un paraguas endeble cuyas flexiones parentéticas me han asustado más que la posible victoria de los secesionistas neofascistas contra quienes iba dispuesto a votar.
El ambiente en la Universidad de Barcelona, llena esta de la quinta edad -yo para esto de las edades me guío por San Isidoro, que anima mucho más...- de un barrio, el Ensanche, proclive al nacionalismo irredento, tenía un sí sé qué de entre misa de doce y tortell de diumenge en el que me he sentido no solo incapaz de dar ni un paso, de lo atestado que estaba el espacio, y por mi propia limitación talonar (de talón sin fondos, propiamente...), sino incluso de respirar, dada las vaharadas de beatería xenófoba que me llegaban como un incienso al dios chico de la patria megalómana... Mi mesa, curiosamente, ocupaba un espacio que me ha reconfortado, al lado de la estatua de Alfonso X El Sabio. Recordando Cantigas, Partidas y el Lapidario he sobrevivido al momento y, después de votar, he vuelto a mi descanso, tras haber recorrido menos de un kilómetro en casi media hora, a ritmo de caracol sin babas.
No sé cómo acabarán estas elecciones, pero tienen más de punto y seguido que de punto y final, de polémica y discordia que de entente y convivencia. La intolerancia xenófoba, supremacista y megalómana ha zanjado el espacio y ha cavado trincheras, y la experiencia nos dice que este tipo de guerras, ademas de ser largas, enquistan odios muy difíciles de extirpar. Confío en que la imposibilidad de formar gobierno por parte de los secesionistas sea la señal inequívoca de que buscar el enfrentamiento entre catalanes solo puede convertirnos o en una reedición del PaísVasco en sus más trágicos momentos o en la Bélgica del Sur. En cualquier caso, todos salimos perdiendo. Pero, al final, y ese es el aviso a los navegantes hacia el absurdo, la democracia acaba imponiéndose contra quienes pretenden saltarse las leyes y gobernar desde la impunidad de la ley de la jungla.


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