Antiguas reflexiones sobre
el aprendizaje de la(s)
lengua(s), que no han perdido vigencia.
Si, como
profesor secundario, que eso es lo que somos los de Secundaria para el
consejero Maragall, he de juzgar por el nivel de competencia lingüistica con
que llegan los alumnos de Primaria debería decir que la incompetencia
profesional sobreabunda en ese tramo educativo. Prefiero, no obstante, plantear
el asunto como una cuestión de más amplio radio. Ni los padres ni los hijos, ni
probablemente muchos maestros o secundarios tenemos la competencia lingüistica
mínima exigida para la transmisión de nuestra lengua materna, cubrir las
necesidades del sistema educativo y, por supuesto, para enseñar a los alumnos
lo que han de aprender para participar con satisfacción en la vida comunitaria.
Llevo dándole vueltas durante muchos meses a lo que se acabará convirtiendo, en
una convicción: el dominio mínimo de la
lengua propia, la lengua cooficial y otra lengua extranjera sólo está al
alcance de una minoría tan exigua que, hasta no aceptar una realidad tan evidente,
nada bueno podrá salir de ningún plan de estudios ni de ningún proceso de
evaluación. Se pone mucho el acento en los beneficios de la evaluación, pero
tengo la sensación de que se ha disociado radicalmente tal proceso evaluador
del otro proceso, el esencial de la escuela -sin negar otros complementarios de
no poca importancia-: la transmisión del
conocimiento. No hay más que oír al consejero Maragall para darse cuenta de
cómo un adulto relativamente instruido es incapaz de tener una competencia lingüística
adecuada, y dejo al margen, por supuesto, la capacidad de razonamiento, pues la
mentalidad "consignataria" –o
esloganesca- del sujeto deja poco lugar a dudas. Llevo batallando con la
expresión desde los 15 años y aún me queda un largo camino por recorrer, y mi
dominio del catalán y del inglés está muy por debajo de lo que me gustaría. Mi
conclusión, contra toda teoría pedagógica, es que la capacidad de expresión
lingüística integral (comprensión, razonamiento, competencia normativa e
incluso cierto estilo personal) es un don. Lo reconocemos para la música, para
el dibujo y para la habilidad manual -léase el encaje de bolillos como la
fontanería o la albañilería-, pero nos negamos a aceptarlo para el uso del
lenguaje sólo por el hecho de que es una herramienta de uso cotidiano. ¡Cuánto
cuesta ver lo obvio. Y, para acabar, como argumento de autoridad, unas
palabritas de Andre Gide, que algo sabía de esto del uso de la lengua:
Escribir con pureza en francés, o en
cualquier otra lengua, es, a juicio de la gente sabia, una ilusión. No comparto
del todo ese punto de vista. La ilusión consistiría en pensar que hay una
pureza esencial y concreta del
lenguaje…, definida por unos determinados rasgos, sensibles e incuestionables
para todo el mundo. Ahora bien, un lenguaje supone una creación estadística y
constante. Cada cual pone en él algo de sí mismo, lo desfigura, lo enriquece,
lo capta y lo comunica a su manera, no sin que medien ciertos miramientos… La
necesidad de una muta comprensión es la única normativa que atenúa y retarda su
alteración, y ésta tan sólo es posible en virtud de la naturaleza arbitraria de
las correspondencias de signos y de sentido que lo constituyen. A cada
instante, cabe asimilar un lenguaje a un sistema de convenciones inconscientes
en su mayoría, pero de las que se corrobora algunas veces la forma de
institución, como sucede siempre que aprendemos una palabra nueva.
Hasta aquí, nada de pureza; sólo fenómenos
asaz desordenados, regidos únicamente, o restringidos en sus desvíos, por la
necesidad del intercambio, el automatismo de los individuos y la proclividad de
éstos a la imitación.
Sin embargo, puede existir, y efectivamente
existe, una pureza convencional, que no
por convencional se halla privada de alguna virtud. Esta pureza implica, en
primer lugar, la corrección, la cual se define como la conformidad respecto a
las convenciones escritas (cuyo uso y conocimiento precisan las personas cultivadas).
Más sutiles son los demás requisitos de este lenguaje puro y deliberado al cual
no todo el mundo es sensible: no voy a enumerarlos. Trátase de abstenciones
cuyos motivos no es fácil discernir, de ciertos "efectos" a los
que no recurrimos, de cierta coherencia exquisita que debe alcanzarse en la
expresión, así como de un constante afán por articular nítidamente los miembros
de una frase y las frases de un párrafo recíprocamente.
Ahora bien, existen seres humanos cuyo oído,
por sano que esté, no distingue los sonidos de los ruidos.
…Escribir con pureza en francés supone un
cuidado y un divertimento que en cierto modo compensa el tedio de escribir.
La sintaxis es una facultad del alma.
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