Psicopolítica*: la última
transformación del Capital. Un lúcido ensayo de Byung-Chul Han
No nació este blog del observador de lo cotidiano para
meterse en honduras teóricas, porque la vida diaria depara ya suficientes
motivos como para, si se quiere, elaborar a partir de ella cuantas teorías
pretendamos que serían capaces de explicar lo que vemos, nosotros mismos
incluidos. La lectura, con todo, también forma parte de esa vida cotidiana, y
no ha de asustarnos, de vez en cuando, hablar sobre libros y las ideas que en
ellos hallamos o las experiencias estéticas que nos deparan. Para mí, al menos,
un lector en la vía pública tiene tanto interés como para ciertas mentalidades
amarillistas los sucesos truculentos con que embuten los telediarios hasta
cogerles aborrecimiento. En fin, que leí, que subrayé y que aquí, a
continuación, se lee el resultado de todo ello.
Son muchos los intentos de
caracterizar nuestra época, pero pocos de ellos son los que concitan un
consenso unánime en torno a la validez de dicha pretensión. Con frecuencia
saltan a los titulares expresiones que intentan sintetizar en una palabra o
expresión el espíritu de los tiempos y, a menudo, si tienen éxito, solemos
plantearnos qué influyo más en qué, si los tiempos en la sintética fórmula
feliz o está en aquellos. Pensemos en la difusión y éxito de una obra como La decadencia de Occidente, de Spengler,
que alimentó el radicalismo de los jóvenes nacionalismos alemán e italiano a
finales de los 20 y comienzos de los 30 del pasado siglo; o en la premonitoria
de Ortega, La rebelión de las masas,
cuyo éxito no logró igualar una obra tan concienzuda y vasta como Masa y poder, de Canetti, por ejemplo; o
en fórmulas como Una nueva Edad Media,
de Berdiàyev; la periodística Guerra fría,
incluido el clásico Telón de acero;
la Era de la contracultura; la Década prodigiosa; la Era el recelo –procedente del mundo literario
francés; la Sociedad de la sospecha; El desencanto –en el caso exclusivo de
España–; el fulgurante éxito de ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel; o el no
menos triunfal y relativamente reciente diagnóstico de Fukuyama: El fin de la Historia. Todos esos
intentos son aproximaciones a una definición sintética del rasgo
caracterológico esencial que defina cada uno de los momentos históricos en que
fueron formulados.
Byung-Chul
Han, con su libro Psicopolítica,
parece haber dado con la formulación del concepto capaz de definir esta época
convulsa en la que el Capital, tras la crisis global iniciada por el fraude de
las subprime, y otras prácticas nada
éticas en la gestión de los fondos de inversión, incluida la existencia inmoral
y aberrante de los paraísos fiscales para unos pocos e infiernos austericidas
para muchos, ha estado a punto de tener que renunciar a uno de sus sagrados
fundamentos: la autorregulación de los mercados. Fue Sarkozy, nada sospechoso
de ser un sans-culotte, quien lanzó
la idea –caída en saco roto casi apenas haber sido pronunciada– de la
refundación del capitalismo, de la que nadie parece hacer bandera hoy, una vez
escindidas en nítidos radicalismos las posiciones políticas: el neoliberalismo,
por un lado; los movimientos anti sistema, por otro. En medio, una codiciada
tierra de nadie por la que luchan varias fuerzas políticas que,
indefectiblemente, tendrán que acabar uniéndose para construir una sólida
alternativa a los extremos que le achican el espacio político.
El
análisis de Han, quien, a pesar de su nombre, es un intelectual de formación
nítidamente europea, doctorado por la Universidad de Friburgo con una tesis
sobre Heidegger, nos ofrece una lúcida visión de esta nueva reinvención de sí
mismo que está llevando a cabo el capitalismo y a la que él ha denominado
Psicopolítica, una especie de refinamiento quintaesenciado de la vieja y zafia
explotación capitalista de épocas anteriores. La tesis central de Han es que,
al convertirnos en empresarios de nosotros mismos, desaparecen las clases
tradicionalmente enfrentadas y su enfrentamiento, la vieja lucha de clases,
iniciada con la aparición de las potentes organizaciones obreras, queda
huérfana de sentido y desaparece, lo cual explica la actual desorientación de
los sindicatos para afrontar con convicción y energía su papel en el mundo
actual. Nada, por otro lado, más eficaz para el sistema que la gestión
individual de la propia fuerza de trabajo: No
es la multitude cooperante que
Antonio Gramsci eleva a sucesora posmarxista del “proletariado” [que es la
actual apuesta política de Podemos, a través de los movimientos de base, las
mareas, las plataformas, etc.], sino la solitude del empresario aislado, enfrentado consigo
mismo, explotador voluntario de sí mismo, la que constituye el modo de
producción presente. Como deja bien claro Han, la autoexplotación sin
clases le es totalmente extraña a Marx, de ahí el contrapeso de Podemos que
significa Ciudadanos, más próximos a la nueva concepción económica de nuestro
tiempo. Bastan estas dos pinceladas para percatarnos del atavismo ideológico de
ciertos planteamientos de los partidos de izquierda, para los que el libro de
Han debería de ser de obligada lectura.
Lo
novedoso de este planteamiento del filósofo surcoreano es el cambio de
paradigma del poder. La psicopolítica margina el autoritarismo represivo del
viejo capitalismo para abrazar la seducción de la autorrealización económica
gratificante: La técnica del poder propia del neoliberalismo adquiere una forma
sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido
no es siquiera consciente de su sometimiento. (…) De ahí que se presuma libre.
(…) En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes. (…)
Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.
Este
proceso de renovación del capitalismo ha comportado el desplazamiento del
cuerpo a la psique como terreno de dominación capitalista, y de ahí el nombre
de Psicopolítica. De doblegar físicamente al trabajador en la época del autoritarismo
represivo, hemos pasado a la dominación psíquica a través de un arma
poderosísima que el poder ha puesto en nuestras manos para que, casi
inconscientemente, participemos con entusiasmo en la gestión de nuestra propia
esclavitud: El Big Data, la llama el autor, correlato evidente del Big Brother del capitalismo autoritario;
redes sociales, las usamos nosotros. El hecho de que actualmente ofrezcamos al
poder más información sensible privada de la que el propio poder jamás soñó que
llegaría a poder “arrancar” de nosotros ha cambiado radicalmente el panorama
social. El dataísmo, al parecer del autor, es la creencia dominante según la
cual todos somos datos con los que se puede actuar y/o negociar: La creencia en la mensurabilidad y
cuantificabilidad de la vida domina toda la era digital (…) El Quantified Self
es también una técnica dadaísta que descompone el yo en datos hasta vaciarlo de
sentido.
Se ve con
claridad que en el entusiasmo con que colaboramos para que desde el poder se
nos compute es vehículo de un control individual, como una especie de
capitalismo a la carta, al gusto del consumidor. A quien se le crea la ficción
de que es él quien “realmente” ordena y gestiona su vida, con la ayuda y el
beneplácito, además, de ese poder “facilitador” y “amable” que prestigia la vía
emprendedora como el camino definitivo para el éxito individual y, por lo
tanto, social: El Big Data permite hacer
pronósticos sobre el comportamiento humano. (…) El me gusta es el amén digital.
(…) Cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de
dominación.
Son
muchos, pues, los síntomas de que este cambio de paradigmas, el cuerpo por la
mente, está vigente. Me permito recordar uno en el que todo el mundo habrá
reparado. Antes, cuando sucedía alguna catástrofe, los primeros que se
disputaban la llegada al lugar de los hechos eran los médicos y los policías;
hoy son los psicólogos quienes les disputan a los dos anteriores ese lugar de
privilegio.
Hacía
tiempo que no entraba en un libro tan breve pero con tantas y tan brillantes
ideas, por lo que me entristece la imposibilidad de recogerlas en su totalidad,
como se merecen, dadas las limitaciones de un artículo de fondo. Me quedo, en
todo caso, con la importante distinción que hace el autor entre la emoción y el
razonamiento, el correlato de los cuales es la navegación por la red
sobreestimulada sensorialmente y la construcción del silogismo como “relato”
propio de la razón. Para Han las emociones están reguladas por el sistema
límbico, que también es la sede de los impulsos, y constituyen un nivel
irreflexivo, semiinconsciente, y se basan, a su vez, en una percepción
dispersa. La construcción del silogismo, por el contrario, solo es posible a
través de la demora contemplativa, del cerrar los ojos al aturdimiento de la
catarata de imágenes propia del capeo constante: Si todo lo racional es un
silogismo –concluye Han– , entonces la
era del Big Data es una época sin razón.
Cuando la
razón no actúa, lo que se impone es el juego. La vivencia lúdica de la realidad
es otra de las estrategias del poder para consumar la sumisión de los
“empresarios de sí mismos”, como no hace mucho pude contemplar en un reportaje
de TVE1: a los trabajadores de una empresa se les instruía en una serie de
juegos a través de los cuales podían evaluar con criterios más ajustados el
desempeño de su trabajo, para mejorar su rendimiento, del que, como no puede
ser de otra manera, también se beneficiaba la empresa.
*Este libro de Byung-Chul Han ha sido
publicado en 2014 en la editorial Herder, en una colección llamada Pensamiento, dirigida por el filósofo, y
contumaz debelador de la absurdidad del proceso secesionista, Manuel Cruz. En
la misma colección hay publicados otros tres libros del autor cuyas lecturas, a
juzgar por la presente, prometen idéntico placer. A ellas me pondré en un
futuro inmediato.