lunes, 15 de diciembre de 2014

Jero Romero: artista fiel a sí mismo.



                               


Un concierto memorable de Jero Romero, autor de Grieta y Cabeza de León: triunfar para minorías con una obra universal.


El pasado viernes, 12 de diciembre,  en la sala City Hall, en plena Plaza de Cataluña, en esa tarde una auténtica “cavern”, Jero Romero ofreció un concierto para sus fieles seguidores y para los que, como este crítico, se acaban de incorporar a quienes se sienten muy cerca de unas canciones que merecerían vastas audiencias. Entre todos llenamos la caverna donde cinco músicos en estado de gracia nos ofrecieron un recital lleno de talento, potencia y un sentido extraordinario del más puro rock and roll. Un directo impresionante con el que presentó las canciones de su nuevo y sorprendente álbum, Grieta. Si en el anterior, Cabeza de león, dominaban unos temas muy melódicos y con algunos magníficos estribillos, en Grieta el autor ha querido construir una narración y ha dotado al disco de una cohesión que lo aparta de la simple recolección de canciones aisladas. Sería algo así como “el álbum blanco” de Jero Romero: una libertad absoluta y una originalidad notabilísima. El propio arranque del disco, El brazo, nos introduce ya en esa experiencia narrativa donde se pueden oír canciones novedosísimas, como Narciso, sin renunciar a otros temas fieles al melodismo del autor, como Caer de pie o Leo, por ejemplo. Se trata de obras de marcado carácter intimista en las que el autor manchego disecciona ciertos aspectos de la vida emocional y psicológica desde una perspectiva adulta, así como ciertas paradojas a las que parece naturalmente inclinado, como en Fue hoy.

The Sunday Drivers tenía un sonido beatle muy marcado, algo que, en castellano, sin embargo, ha desaparecido, para entroncar con sólidas raíces de nuestra música pop.  Jero Romero es un crisol de herencias y coincidencias: Los Brincos, Módulos, TamTam Go!–que también empezaron cantando en inglés–, Bunbury, Antonio Vega y, aunque parezca extraño, Sisa, sobre todo el de Visca la llibertat (2000), la última aventura artística, con el cambio de siglo, del proteico y esencial cantante barcelonés; una de sus canciones, La verbena dels desamparats, no desencajaría en absoluto en esta Grieta manchega: ese es el gran poder de la música, que abate las fronteras. Y, con todo, el personalísimo estilo del autor y cantante manchego, lo individualiza frente a repeticiones estandarizadas de ciertos gustos y estilos que dominan el panorama musical al estilo como los bestsellers dominan el literario. El valor inmenso de Jero Romero es haber querido tener el control personal de su obra: grabar lo que quiera y como quiera y ofrecerlo, además, a unos precios accesibles a cualquier público. Lo del boca a boca es la mejor publicidad del mundo, porque no suele fallar, cuando no es una estrategia comercial sino el efecto de una pasión. Jero Romero está construyendo una obra musical que, a buen seguro, no tardará en ser reconocida como una de las más sólidas de este país. Es posible que me ensordezca la pasión y no tenga oídos más que para estos álbumes excelentes, pero no me canso de escucharlos una y otra vez y de ir, como en los buenos textos literarios, descubriendo nuevas lecturas, nuevos sonidos. A mí me ha resuelto los regalos de esta Navidad, sin duda. Y espero con paciencia, porque las obras requieren un tiempo mínimo de maduración, su próximo álbum, y si recurre al crowdfunding tendré el honor de participar humildemente en él.

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