Un concierto memorable de Jero Romero, autor de Grieta y Cabeza de León: triunfar para minorías con una obra universal.
El pasado viernes, 12 de diciembre, en la sala
City Hall, en plena Plaza de Cataluña, en esa tarde una auténtica “cavern”, Jero
Romero ofreció un concierto para sus fieles seguidores y para los que, como este
crítico, se acaban de incorporar a quienes se sienten muy cerca de unas
canciones que merecerían vastas audiencias. Entre todos llenamos la caverna donde
cinco músicos en estado de gracia nos ofrecieron un recital lleno de talento,
potencia y un sentido extraordinario del más puro rock and roll. Un directo impresionante
con el que presentó las canciones de su nuevo y sorprendente álbum, Grieta. Si en el anterior, Cabeza de león, dominaban unos temas muy
melódicos y con algunos magníficos estribillos, en Grieta el autor ha querido construir una narración y ha dotado al
disco de una cohesión que lo aparta de la simple recolección de canciones
aisladas. Sería algo así como “el álbum blanco” de Jero Romero: una libertad
absoluta y una originalidad notabilísima. El propio arranque del disco, El brazo, nos introduce ya en esa
experiencia narrativa donde se pueden oír canciones novedosísimas, como Narciso, sin renunciar a otros temas
fieles al melodismo del autor, como Caer
de pie o Leo, por ejemplo. Se
trata de obras de marcado carácter intimista en las que el autor manchego
disecciona ciertos aspectos de la vida emocional y psicológica desde una
perspectiva adulta, así como ciertas paradojas a las que parece naturalmente
inclinado, como en Fue hoy.
The Sunday Drivers tenía un
sonido beatle muy marcado, algo que, en castellano, sin embargo, ha
desaparecido, para entroncar con sólidas raíces de nuestra música pop. Jero Romero es un crisol de herencias y
coincidencias: Los Brincos, Módulos, TamTam Go!–que también empezaron cantando
en inglés–, Bunbury, Antonio Vega y, aunque parezca extraño, Sisa, sobre todo
el de Visca la llibertat (2000), la última aventura artística, con el cambio de
siglo, del proteico y esencial cantante barcelonés; una de sus canciones, La verbena dels desamparats, no
desencajaría en absoluto en esta Grieta
manchega: ese es el gran poder de la música, que abate las fronteras. Y, con
todo, el personalísimo estilo del autor y cantante manchego, lo individualiza
frente a repeticiones estandarizadas de ciertos gustos y estilos que dominan el
panorama musical al estilo como los bestsellers dominan el literario. El valor
inmenso de Jero Romero es haber querido tener el control personal de su obra:
grabar lo que quiera y como quiera y ofrecerlo, además, a unos precios
accesibles a cualquier público. Lo del boca a boca es la mejor publicidad del
mundo, porque no suele fallar, cuando no es una estrategia comercial sino el efecto
de una pasión. Jero Romero está construyendo una obra musical que, a buen
seguro, no tardará en ser reconocida como una de las más sólidas de este país.
Es posible que me ensordezca la pasión y no tenga oídos más que para estos
álbumes excelentes, pero no me canso de escucharlos una y otra vez y de ir,
como en los buenos textos literarios, descubriendo nuevas lecturas, nuevos
sonidos. A mí me ha resuelto los regalos de esta Navidad, sin duda. Y espero
con paciencia, porque las obras requieren un tiempo mínimo de maduración, su
próximo álbum, y si recurre al crowdfunding tendré el honor de participar humildemente
en él.
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