martes, 9 de diciembre de 2014

Exceso de olfato...


       Ayer, último día del no puente,  salí, del edificio donde vivo, con la impresión de que un olor muy fuerte y pestilente con el que me tropecé en el rellano antes de coger el ascensor podía ser un escape de gas. Volví dos horas más tarde y el olor se había intensificado y extendido. Comencé a ventear como un sabueso para tratar de dar con el foco de la nauseabunda pestilencia.  Subí un piso y me pareció que disminuía levemente. Baje otro y, de camino, ya me llegó una tufarada que casi me provocó una arcada. Fiel a mi canina condición policial, seguí olfateando con una intensidad digna de una mención policial, canina, por supuesto, por servicios distinguidos en pro de la comunidad, pensaba,  y acerqué mis castigadas pituitarias a lo que me pareció el foco: la vivienda de la vecina ut infra. Apliqué la roma punta de mi apéndice nasal a la juntura de la puerta con la jamba, después de haber llamado al timbre y no obtener respuesta, y el olor me separó de ella con tan fuerte impacto que casi me estrelló contra la puerta de la vecina de enfrente, que tampoco estaba en ese momento, como deduje de que no respondiera a los insistentes timbrazos con que la llamaba para saber si tenía la llave de la vecina y podíamos esclarecer el hediondo asunto. 
        Mareado por las dudas y el mefitico aroma que seguia su extensivo e invasivo camino, entré en casa, puse una toalla al pie de la puerta para impedir que nos entrara en casa el venenoso y silencioso enemigo y llamé a urgencias del gas, después de haber buscada el teléfono en internet, claro está. No tardó en llegar un joven que, una vez le hube franqueado el acceso a la finca, subió por la escalera piso a piso con su medidor de escapes de gas. Llegó, se plantó ante mí y me dijo: -¿Qué? -¿...? -Pues que ya me dirá qué pasa. -¿Pero de verdad no lo huele? El hombre se giró, practicó tres inhalaciones nasales profundas, y concluyó: esto no es gas. -Hombre -me desahogue- por lo menos ya huele algo...
-Sí, caballero, pero no es gas. -No será gas, pero esto tira de espaldas. -Venga, venga al primero y huela en el primero primera. Lo hizo y retiró la cara con un gesto de asco radical. -Oiga, esto huele pero que muy mal. -¿Y qué me recomienda Vd. que haga? -Llame al 112, a ver qué le dicen.
        Dicho y hecho. Llamé al 112 y estos, a su vez, porque era cosa de olores, al parecer, me pusieron con los bomberos, quienes, en cuanto me oyeron sospechar de olores nauseabundos debieron de pensar lo mismo que yo había pensado y no querido manifestar, porque la cosa parecía más que tremebunda. Entre estos ires y venires, finalmente, apareció la vecina, lo que me provocó un alivio inmenso. Volví a subir corriendo para abortar la alarma en el 112, quienes me volvieron a pasar con bonberos y comuniqué la falsa alarma. Volví a bajar y en cuanto hablábamos, el chico del gas y yo con la vecina, me giro hacia el tramo de escalera que bajaba y aparecieron de repente, es decir, de repente, como materializados desde su parque por métodos de ciencia-ficción, cinco bomberos equipados, casco incluido, como cinco torres, ocupando todo el tramo de escalera. Mi susto casi me deja en el sitio. -¿Es aqui? ¿Qué pasa? 
          Claro que era "aquí", y aquí es cuando comenzaron las explicaciones que me tienen corridito de vergüenza: la vecina había puesto una col a hervir y se había bajado a hacer un recado. Cuando nos  abrió, inocente como quien ignoraba toda mi movida olfativa, se quedó de piedra al verme a mí, al del gas y al jede de los bomberos ante ella, y cinco más en el tramo de escalera que, por fortuna, no llegó  a ver. -Se ve que Vd. no cocina, oiga -me dijo, con cierta sorna. -Yo he seguido la sugerencia del técnico del gas -tiré pelotas fuera. -Pues se ve que Vd. tampoco cocina. -Y Vd., señora, otra vez que hierva col, échele un chorrito de leche, y nos ahorramos falsas alarmas. -La primera noticia -dijo mi vecina. -O de vinagre -añadí yo, para que viera el jefe de bomberos que sabía cocinar, algo que llevo haciendo desde los 9 años en que aprendí.
         Total, que el jefe de bomberos me tomó los datos; también me los tomó el del gas. Y ahora aquí estoy yo, temblando económicamente por si mi falsa alarma olfativa es considerada uso imprudente de los servicios de urgencias y me cae el multazo correspondiente.
        Ahora bien, el sulfuro de hidrógeno de esa col bullente equivoca al sabueso más adiestrado... ¿o no? En cualquier caso, y como vivo en un edificio lleno de personas mayores solas, ante esa sulfurosa situación, casi un presagio del azufre infernal, ¿fue acertada o no la decisión, compartida con el técnico del gas, de llamar al 112? ¿Soy culpable o inocente, aunque alarmista...? La duda me impide dormir...

2 comentarios:

  1. Pues, no dudes más, Juan, que, a falta de mejor olfato, siempre es preferible tener el teléfono al lado. Yo habría llamado directamente a la funeraria, por lo que cuentas, o me habría ido otra vez de fin de semana entre semana, hasta que se pasara el susto. En fin, cosas de vecinos, ¿no?

    Un abrazo

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  2. Los vecinos de "la cosa", diría yo. ¡Caramba con el sulfuro infernal...! Ya le tenía declarada la guerra a la col, de atufantes efectos metánicos, pero a partir de ahora será guerra santa. ¿No prohibió Pitágoras las habas a su secta, sobre todo los michirones murcianos? Pues eso. ¡Y lo que me pirran, sin embargo, las coles de bruselas, hijas menores...?

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