domingo, 24 de agosto de 2014

PARKCELONA TEMÁTICA o la reivindicación de un nuevo final de año...




       Sobrevivir a la vida cotidiana en las dos últimas semanas de agosto en la Parkcelona temática en que se ha convertido nuestra ciudad, y frente a la que la valiente e indignada, por hastío, rebelión de los vecinos de la Barceloneta pretende poner coto vedado, resulta difícil. 
      Para el vecino con rutinas establecidas que le dirigen los pasos de forma automática, encontrar sus suministros habituales -el queso fresco de cabra, el pan de espelta, etc.- se convierte en una humilde aventura que ha de tomarse con el poco humor que le quede después de haberse indignado hasta las cejas por la desfachatez pujolista y por el raka raka peridista de los secesionistas trabucaires. Ni el periódico es fácil hallarlo, salvo a cuatro manzanas de distancia y solo hasta cierta hora relativamente temprana. Se trata de un turismo interior de barrio cuyos itinerarios van variando cada verano, porque la facilidad con que se abren y cierran comercios en Parkcelona va camino de convertirlo en récord Guiness. 
        Para este observador de lo cotidiano, cruzarse con los vecinos desorientados, respecto de los que se siente absolutamente solidario, pero poco comunicativo -que los hay la mar de plomos- por experiencia en oídos ajenos, forma parte de esos hábitos remozados de finales de temporada. Ignoro por qué razón el 31 de agosto no ha sido considerado  Nochevieja y el 1 de setiembre, Año Nuevo, porque incluso los buenos propósitos tienen más eco en estas fechas que en las ya obsoletas de diciembre y enero, ¡y ahí están las colecciones de quiosco para dar fe! A ver si Podemos se anima e incluye entre sus reivindicaciones laicas desligar la transición del año del calendario religioso y atenernos, ¡por fin!, a lo que exige la sana razón. No son solo los escolares los que inician el año en setiembre, sino toda la sociedad en su conjunto.
             Al observador le gusta ver libros de segunda mano en las estanterías de las librerías que los venden, y quizás de ahí le venga la afición a recorrer los pasillos abarrotados de artículos de los supermercados de las grandes superficies. Es costumbre vulgar y muy socorrida, sobre todo en los calurosos días del verano, pero ¿quién ha dicho que este observador no sea profundamente vulgar? Recorrerlos es tarea de atleta, no obstante, porque se echan sus buenas horas en el repaso consumista. En mi descargo he de decir que mi anticonsumismo me impide no coger nada más allá de lo estrictamente necesario. Soy inmune a la exposición generosa del género. Además, los estratosféricos precios de los únicos libros que merecen la pena me han escarmentado.
              Parkcelona se vuelve poco a poco una ciudad del ocio chabacano, aunque se revista con decoraciones de Nouvelle, como la de la tasca Moritz, y hay en ella un sí sé qué de locales clónicos que no auguran, para el futuro, nada bueno, ni nuevo. 
             Ignoro si cuando triunfe la secesión -ya he visto alguna rana luciendo una muy incipiente pelambrera estilo mohicano...- la salida a la calle de las agrupaciones de coros y danzas ocupando cada plaza de la ciudad le dará ese aire, ese calor, esa singularidad tan peculiar que consiga acabar con la actual despersonalización. Por la sección femenina del secesionismo no quedará, sin duda...        


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