jueves, 12 de junio de 2014

Pecio seco del saco roto: la crisis del psC

                La indecisión es mala consejera, como bien saben los pocos que lo saben, y la vaguedad, peor aún. Un aseado funcionario municipal con escasa visión ideológica y mínima capacidad hermenéutica ha dimitido de sus responsabilidades y se retira al segundo plano de donde acaso un mal consejo le animó a decidir salir. Fin del trayecto. ¿Y ahora qué? 
                A mi íntimo amigo Juan Poz le he pedido prestadas unas reflexiones que tuvo a bien enviarle a Miquel Iceta justo antes del duodécimo congreso del psC, por ver si "el hombre de la calle" era capaz de hacer oír su voz ante alguien con influencia para contribuir con una visión no endogámica a que el partido saliera del marasmo del que con Pere Navarro no ha logrado salir, como se acaba de demostrar. Mejor él, Juan Poz, que yo, para desgranar estas ideas sobre cuya actualidad, a pesar de haber sido formuladas en 2011, creo que hay pocas dudas. Si alguien tiene el humor de leérselas, ya me dirá lo que va de ayer a hoy:

Cataluña (Todo por la patria)
Mientras que a nivel nacional español el retruécano de “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti…” tiene un sentido evidente, que enlazaría con la reflexión sobre los derechos vs. los deberes, en Cataluña, donde es  bandera de CiU –de ahí, quizás, la mercadotécnica intención de kennedyficar a Mas, a quien no le falta, eso sí, la estupenda “mandíbula de Yale” de la que hablaba Tom Wolfe (si bien su otro yo es un referente fílmico: el demediado Lord Farquaad de Shrek)– es imprescindible cambiar la óptica para poner la política al servicio de los catalanes en vez de al de un concepto de patria secuestrado por la casposa derecha nacionalista, la que aún cree en la autarquía franquista como método para no “contaminarse” por los “agentes provocadores” del exterior, a juzgar por las declaraciones miccionadoras del ínclito Carod o los ataques al vino de rioja del peregrino consejero de campo y playa  del gobierno de “los mejores”. Algo está fuera de toda duda: el socialismo catalán ha sido incapaz de inscribir en el imaginario popular una Cataluña diferente de la creada por CiU y el soberanismo secesionista en general. En vez de alimentarse para ello en el presente, tratando de perfilar el retrato de la verdadera Cataluña a la que ha dicho reiteradas veces que representa como nadie, ha mirado siempre hacia la idealización del pasado y ha hecho de su proyecto justo lo contrario de lo que decía representar: ahí están, por ejemplo, las vergonzosas políticas lingüísticas a remolque del ideario soberanista, por ejemplo, entre otros ejemplos.. De todo ello se derivan no pocas discordancias que han llevado a muchos electores desamparados por el relato soberanista del país, encarnado por el PSC, a buscar cobijo “narrativo” en la Cataluña española de Ciudadanos.
La divinización del “país” y el abandono de los “paisanos” a quienes se les quiere imponer a toda costa lo que los modernos denominan, siguiendo a Bajtin y Ricoeur, el “relato” nacionalista, es una de las previsibles causas del descenso de apoyo para el psC, que ha abandonado casi por completo la defensa del carácter catalanoespañol del PSC, tratando de reafirmar un  relato que ya tiene narradores que no se empachan a la hora de cubrir, con la estéril arena de la demagogia, todos los campos de la realidad.

PSC-PSOE;  PSC-psoe; PSC; psC
Si antes me refería a que ha faltado plasmar ideológicamente la concepción de una Cataluña que sea espejo de su presente para poder enfrentarse al relato soberanista del catalanismo, no menos urgente es aclarar la propia identidad como partido, antes de poder tener credibilidad suficiente ante la sociedad. Domina en el socialismo catalán el tactismo identitario sobre todas las cosas: ahora me interesa refugiarme bajo el paraguas del PSOE, para las generales, ahora me interesa destacar mi autonomía fundacional, para las autonómicas. Para bien o para mal, ha de quedar muy claro el vínculo “familiar” ideológico. No puede ser que ciertos planteamientos del psC  los votantes los vean como criptoconvergentes antes que como socialistas, porque de ahí deriva incluso la terminología del “ala catalanista”, del partido, como si la otra ala fuera “españolista”, casi propiamente cercana a los postulados del PP. Esta es una confusión que los partidos nacionalistas explotan con sorprendentes beneficios, pasando incluso por encima de las convicciones socialistas (o pseudosocialistas) de quienes, puestos en el brete de escoger, anteponen como Sobrequés o Mascarell, la posible gloria de la patria al bienestar de los ciudadanos. Si Larra escribía acerca de ¿Quién es el público y dónde se encuentra?, el psC bien podría preguntarse, con él, ¿quiénes son mis votantes y dónde se encuentran? Una vez formulada la pregunta, bien pudiera darse el caso de que la respuesta chocara frontalmente con ciertos planteamientos del partido y que ese choque sea la explicación de los últimos resultados. Incluso en los tiempos en que era votante fidelísimo del PSC-PSOE (y me da legitimidad para hablar desde esa condición el haber soportado un diluvio en un acto electoral en el Parque de la Ciudadela, con Raimon Obiols de candidato, sin moverme de mi asiento hasta que se clausuró el acto, del que casi hube de salir a nado…) intuía ya que la política del entonces PSC-PSOE era deliberadamente “perdedora”, que perdían ex profeso para permitir que CiU fuera conformando la Cataluña que ellos, si ganaran, con la base electoral que tenían, no podrían permitirse el lujo de construir, porque habrían de acercarse a las necesidades de esas bases; hoy, después de los dos tripartitos, ha quedado definitivamente claro que no andaba yo errado, porque, instalado el partido en el poder, no han hecho sino intentar pasar por la derecha nacionalista a los gobiernos de CiU para asegurarse una larga vida en el disfrute del poder. El proceso se nos presenta como lo propio de un delirio ideológico digno de estudiarse en manuales de ciencia política. Anda el psC revuelto y dividido en este asunto de “sacar pecho” identitario frente al PSOE, pero lo cierto es que cuantos más pasos se han dado en la dirección de alejarse del PSOE, más se ha alejado el psC  de los electores y mayor ha sido su decadencia electoral. Después del ridículo de un Montilla prosopopeyescamente hipernacionalista para revestirse de una dignidad a la altura del cargo, sin saber que son las personas las que dignifican los cargos, no al revés, la necesidad urgente de hallar no sólo al electorado propio, sino también de retenerlo, ha de llevar al psC a valorar con mucho mimo todo lo que pueden perder, y, con ellos, la sociedad catalana, en términos de pluralidad y de paz social.

La vida del partido.
Dado el alto nivel de mercantilización en el que se han sumergido los partidos, “marca” incluida”, se ha de reconsiderar no sólo la política de campañas informativas desde el Poder local, estatal o autonómico, sino también la política publicitaria de las campañas electorales: el mejor anuncio es un militante entregado que tenga voz y voto, permanentemente, en la vida diaria del partido, desde cerca, no como mero peón caminero y fuerza de trabajo electoral barata. Al tiempo que la vida de agrupación languidece, el abstencionismo crece. Fomentar la participación política supone captar a los simpatizantes y darles “cancha” en el sentido de garantizarles que podrán ser oídos respetuosamente en los órganos de actividad del partido, desde las agrupaciones de barrio hasta donde ellos, con sus propuestas y razonamientos sean capaces de llegar (a tal efecto no cabe desdeñar el 70% de abstención que se produjo entre la militancia que estaba llamada a participar en las primarias a la alcaldía, porque es una señal que ha de saber leerse, para sacar las conclusiones adecuadas). En este país nuestro de tertulia  política de bar, sin compromiso, debería un partido político ser capaz de ofrecer un cauce que mengüe  esa falta de inquietud. Se trata de reunir a personas en principio afines por sensibilidad social para compartir después, llegado el caso, otros compromisos. En el paraíso del individualismo, lograr que el compromiso se racionalice sería un gran avance. No se necesitan militantes “a lo madre de Calcuta”, superabnegados, hipermotivados, porque ese mismo entusiasmo acaba descalificándolos socialmente por exceso de parcialidad; sino militantes que se encarguen de labores a su alcance, compatibles con sus proyectos individuales de vida, y, sobre todo, que puedan cumplirlas con plena eficacia. Para que un partido sea una herramienta viva ha de mantener un debate constante, del mismo modo que ha de preservar consensos básicos inviolables. Lo antiguo son los personalismos de las baronías, que exhalan un tufillo a oligarquía caciquil que mata.
El botijo y el  pañuelo anudado en la cabeza.

La hipérbole de Guerra en el primer gobierno de Felipe González daba a entender con toda claridad la ética socialista: la austeridad como forma de vida. La virtud del ejemplo también ha de llevar a identificar a quienes defienden una ideología como la socialista. No es posible que se acabe abonando el tópico del “todos los políticos son iguales”, porque ello redunda en el alejamiento del que ya hemos hablado. Recientemente, hemos tenido la ocasión de contemplar  la boda del señor Collboni como un espectáculo mediático que ha “chirriado” a muchos votantes socialistas que no creen que sus representantes hayan de moverse en esos mundos de la alienación programada como pez en el agua. Es difícil escaparse de la circunstancia individual de cada cual, pero parece evidente que la identificación social de un “socialista” ha de ser inequívoca. Los electores han de estar convencidos de que un Millet es imposible entre sus militantes, por más que luego la realidad pueda desmentirlo, pero lo que no puede ocurrir es que caigan los socialistas dentro del “ya se sabe: todos son iguales”, porque ese es el fundamento de la desafección.  El partido ha de atarearse en la desmitificación del triunfo social basado en la banalidad y la explotación de las “bajas” pasiones; distinguir entre “fama” o “famoseo” y reputación; destacar los valores sólidos del trabajo bien hecho frente a la chapucería; reivindicar, en consecuencia, la tradición ilustrada que ha permitido el desarrollo de tantas ciencias y disciplinas con un nivel de exigencia que veda el paso a quienes no los cumplan. Es decir, frente al ideal del contertulio,  que sabe de todo y por ende de nada, el del investigador que “domina” determinada parcela del conocimiento, y lo hace gracias a un trabajo hercúleo. Por otro lado, el partido ha de aplicarse en la modificación, siquiera sea conceptualmente, de la jerarquía del éxito social, y no establecerla en función de la ganancia económica, sino de la dimensión social positiva, de modo que puedan congeniarse los intereses individuales y los sociales. Un bróker es, desde este punto de vista, justo lo contrario de un emprendedor a cualquier nivel que se plantee la iniciativa, siempre y cuando parte de ella revierta en el bienestar social.

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