viernes, 28 de marzo de 2014

Enclavados


El tormento sin éxtasis de los pins, las claves y las contraseñas

                         Si un miembro de la generación del 27 que orinaba de joven en los muros del edificio de la Real Academia de la Lengua, de la que luego fue su Director, tituló uno de sus libros Del siglo de oro a este siglo de siglas, bien pudiera cualquier erudito titular otro como La clave de este siglo de claves, más pins y contraseñas, porque nada caracteriza nuestra cotidianidad tanto como el comercio abusivo e infernal que mantenemos con las puñeteras claves, como si viviéramos en una eterna guerra fría que nos obligara a codificarlo todo. Claves para todo: para el DNI electrónico, para operar con nuestro banco en la red, para acceder al ordenador, para el teléfono móvil, para los organismos oficiales, para las empresas de gas, agua y electricidad, para acceder a casi cada página web, para… ¡Es inhumano, se mire como se mire y se cifre como se cifre!, porque las posibilidades de combinación no son infinitas y, por otro lado, sé de buena tinta que la mayoría de los usuarios suele recurrir a lo que todos los ladrones de tarjetas para operar en cajeros automáticos conocen: año de nacimiento, carnet de identidad, años de nacimiento de los hijos, si los hubiere, fechas de boda, etc. Las situaciones en que podemos vernos por el olvido de algunas de esas claves roza en algunos casos la tragicomedia, como me ocurrió en Tenerife, donde olvidé, después de un primer fallo, las claves de las dos tarjetas bancarias, lo que me dejó tirado en plenas vacaciones, al no poder retirar efectivo de ningún cajero. Claro que hay seres previsores, y yo lo soy, que tienen la precaución de apuntar en algún lado, a mano, esas puertas al disfrute de lo propio, de lo honestamente ganado, pero de nuevo el problema se riza lo suyo, porque para evitar la transparencia, ha de apuntarse la clave cifrada, lo que supone, en última instancia una complicación  añadida si uno ha olvidado qué diablos se inventó para camuflar esos números salvadores. En mi caso, que ya no lo uso y por eso lo cuento, se me ocurrió camuflarlos en teléfonos inventados. Por no ejemplo, porque no se puede ser tan obvio: Alberto Caja, y a continuación un teléfono con los cuatro números de la clave en él metidos. Descifrar la clave para encontrar la otra clave suele ser, a veces, un trabajo sisífico, y en algunas ocasiones directamente  imposible. Nos ponemos zancadillas continuamente y acabaremos mandando tantos avances de seguridad a hacer puñetas. No digo yo que volvamos al ladrillo bajo el cual escondamos los euros, pero todo se andará, o casi. Es muy probable que entre el ocio y el negocio juntemos no menos de veinte o veinticinco claves. ¿Es humano llevar la cuenta de tanto candado? ¿No nos hemos hecho prisioneros de nosotros mismos? Las claves nos han clavado en el fieltro donde los naturalistas clavan las bellas mariposas –en griego, psique–, porque nos vuelven locos y nos dejan en el sitio, esperando la inspiración de Hermes todopoderoso, Trismegisto, tres veces imponente, que nos abra la puerta de nuestro contento o de nuestra desolación, que de todo hay en esos enclaves de nuestra biografía.

jueves, 20 de marzo de 2014

Dura lex, sed lex...


La tristeza becqueriana de un profesor de catalán...
(boceto del natural).



Del salón en el ángulo oscuro, de su ideal tal vez olvidado, silencioso y cubierto de desolación veíase al profesor de catalán en la evaluación trimestral. ¡Cuántas notas excelentes dormían en sus quimeras pedagógicas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando a los alumnos fervorosos que sabrían arrancárselas! ¡Ay, -pensé- cuántas veces la vocación así duerme en el fondo del alma y una voz, como Lázaro, espera que le diga: Som-hi! Has de fer-los teus!


domingo, 16 de marzo de 2014

Los secesionistas cansados...



Un maratón urbano sin cantos de sirena cizañera...

Hoy tenían los secesionistas una oportunidad de oro para practicar su agitprop favorito, la internacionalización del "proceso" kafkiano en que nos han metido a todos, aprovechando la celebración del maratón de Barcelona, diseñado para que vengan los turistas a hacerse fotos en los lugares emblemáticos de la ciudad, pasar un fin de semana rumboso y, aprovechando el buen tiempo, incluso ir a la playa, todo lo cual ha sucedido como el Ayuntamiento lo deseaba.

 A lo largo de los 42 kilómetros han sido escasísimos los motivos cubañeros que han adornado la vestimenta de los corredores. La ciudad ha ofrecido su cara más internacional y en ese mar de banderas de toda Europa y aun de oriente y del continente americano, han quedado diluidísimos los recurrentes motivos secesionistas. No es que no haya afición a la carrera de fondo en Cataluña y en Barcelona, e incluso el Pujol de las ITV, el de toma el dinero y corre, es —o al menos lo era hasta hace poco— asiduo practicante de dicha prueba atlética. Pero hoy estaban como desaparecidos.

Bien es cierto que la prueba es tan dura que quedan pocas fuerzas para alegrías exhibicionistas, pero el publico, muy variado, y en buena medida extranjero, ha puesto una nota de color internacional en el recorrido que nos ha dado no pocas esperanzas a los participantes de que Barcelona no se convierta, aunque lo pretendan, en esa capital/aldea de la Cataluña eterna con que sueñan los amantes de la discordia y la ruptura.

Este año ha habido una novedad: se ha pasado por la fachada nueva de la Sagrada Familia, lo que habrá decepcionado a no pocos corredores, y se ha evitado pasar por delante del hospital de San Pablo, con lo que hemos perdido otra buena oportunidad de promoción turística. Como han retrasado la prueba tanto, el día ha amanecido excesivamente caluroso para una prueba de esta naturaleza. Los organizadores deberían repensarse el adelantarla a la primera semana de marzo, en la que aún hay días de auténtico frío que la harían más llevadera. La solidaridad atlética y la comunión con las calles a lo largo del recorrido es siempre una oportunidad para confirmar la barcelonidad de los vecinos que la corremos y  que hemos hecho de esta maratón una de nuestras fechas importantes del año.


martes, 4 de marzo de 2014

La exhibicionista huella sonora del turista catalán



Quien haya tenido la oportunidad sociológica de coincidir con compatriotas "de la ceba" fuera del perímetro de nuestras sucintas fronteras se habrá dado cuenta de que suelen elevar el tono de voz casi hasta el grito, pasando perfectamente por auténticos meridionales, pero lejos aún de los japoneses o los árabes, para hacerse notar, para dejar huella sonora de su existencia en el universo lingüístico, y tampoco le habrá pasado desapercibido que lo que más les joroba es que después de tal sonora profesión de fe en su identidad lingüística, y a la vista de alguna camiseta del Barça que lleven, se le acerquen y les digan: ah, spanioli? Spanish? Spanien? Spanhol?, o como sea. Es de ver, entonces, si uno tiene la desgracia de verlos actuar de cerca sin que adivinen que los entendemos perfectamente, la cara de asco con que reciben la identificación y la vehemencia con que se apresuran a endilgarles el rollo Masivo de la nación milenaria, bla, bla, bla, sin que los interlocutores, a la vista, por ejemplo del pasaporte, logren comprender ni jota de sus explicaciones pormenorizadas y apasionadas. Últimamente, sin embargo, he hallado una conducta que me hace pasar muy buenos ratos. Como por ejemplo en el Vaticano, al acabar de subir los peldaños. Coincides en lo más alto de la cúpula y, después de hablar entre ellos en un catalán jadeante, se dirigen a ti que te han oído hablar en esa lengua de los pobres que es el castellano porque tienen "la deferensia de adresarte la paraubla para confraternisar con uno del otro lado del Ebro", y porque, en el fondo, lo que son es unos plomos de mil diablos. Hacen los mil esfuerzos por hablar un castellano destripado y, de vez en cuando, introducen un catalanismo innecesario y se disculpan con el "como desimos por allí", como si el allí fuera el círculo polar ártico. Tropezando la conversación llega el momento culminante: "¿Y ustedes de dónde proseden?" "De Barcelona", les espeto con el cariño con que se desengaña a un niño. Desde ese momento, acabas de morir para ellos. Y más si, al bajar, otros turistas, estos europeos, hacen los elogios de la Barcelona cosmopolita, cuando te han oído que eres de allí, y tú  les explicas muy pero que muy brevemente que sí, que Barcelona es una ciudad española y cosmopolita, abierta a todas las gentes, aunque desde el poder municipal más se abren cuanto mayores son los ingresos de los visitantes, está claro. Y lo celebramos con el tópico que conocen y repiten en escrupuloso catalán de Vic: Barcelona és bona... Y nuestros perdonavidas particulares añaden al sofoco un rictus de contrariedad que les llevará a leerse, por la noche, en familia, las Bases de Manresa, de entrante; Lo catalanisme, de Valentí Almirall, de segundo y, de postre, el conocido Memorial de greuges, del mismo autor... País, paisanets...