sábado, 19 de octubre de 2013

El sociólogo inocente.


Dime qué lengua hablas y te diré quién no eres...

       Desde la perspectiva del sociólogo inocente Cataluña es un espacio apasionante para la investigación. Se trata de una comunidad en la que se dan tantas situaciones lingüísticas diferentes que muy probablemente a ello se deba la insatisfacción de quienes quieren a toda costa imponer un imposible monolingüismo, condenado al fracaso, si nos atenemos a los datos de la realidad, tan tercos ellos, tan indomables, a pesar de los esfuerzos normativos, ultracatalanizadores y sancionadores. 
       Hace tiempo, Eduardo Mendoza, trilingüe insigne, porque vivía del inglés hasta que los libros lo "quitaron" de ello, confesó en un artículo lo muy atractivo que le resultaba, cuando entraba en cualquier comercio, en un taxi o en una reunión, no saber en qué idioma, si en catalán o en castellano, se iniciaría el contacto con sus interlocutores, lo que le permitía hacer divertidas cábalas al respecto, no siempre con el resultado previsto. 
        Eso me ocurre en el súper de la esquina. Con las dependientas de la carnicería y la charcutería hablo en castellano, entre ellas se hablan en catalán, con la cajera hablo en catalán, la cajera con las dependientas en catalán y, estando todos juntos, me dirijo a unas en castellano, porque el primer día lo hice así, y a la cajera en catalán, también porque el primer día lo hice así. Ninguno de los cuatro, al hablarnos, hacemos ningún tipo de patria ni defendemos ideología alguna. A veces la cajera se cambia al castellano y, con las dependientas a veces intercambio alguna frase en catalán. Cosas de la tierra. Siempre ha sido así desde los ya más de 40 años que llevo aquí. Y así me imagino que seguirá siendo. Una pareja amiga, de Gerona, que se hablan entre ellos siempre en catalán, ella le llama a él Pepe, no Josep ni pep, Pepe, con toda naturalidad, pero a mí jamás se me ocurriría llamarle Pepe, sino Josep, que es como me dirijo a él, también con toda naturalidad. 
      De todos son conocidas historias lingüísticas de famosos como el cantante de Sopa de Cabra que es castellanoparlante en familia y catalanoparlante y catalanocantante fuera de ella, y que, por cierto fue crucificado por la caverna independentista. A nadie se le oculta que el NH Artúr (lo acentúo, aunque no toca, para ver si se va perdiendo la cursi costumbre de llanificarlo "a la americana", Àrtur, aunque él "llano", discursiva e ideológicamente ya lo es de por sí, desde luego..) Mas ha hablado siempre en casa en castellano con su mujer, aunque a ella le tenga prohibido dirigirse a él en público en la lengua familiar... Es decir, que el divorcio autonómico entre la realidad y el deseo a nivel político es aún mayor a nivel lingüístico. En este aspecto, bien puede decirse que el empeño del Movimiento Nacional es el de asumir el rol de quien quiere exigir "parli'm en cristià", para desquitarse de lo que, en la mayoría de los casos, no vivió, porque el tiempo pasa para todos. Y se da el espectáculo patético de quienes se quejan de que les obligaran a estudiar en castellano cuando han hecho toda su enseñanza bajo el imperio de la inmersión, pero ya se sabe que los tics de la protesta son pura anacronía y, en este caso, estrictamente ucronía...
Pasearse por Barcelona, para el sociólogo inocente, es una fiesta continua. Con la masiva ocupación turística del centro de la ciudad, ni siquiera el castellano es ya, al menos en la céntrica parte de mi barrio de la izquierda del Ensanche, la lengua dominante, porque oigo más inglés, francés y ruso que castellano y catalán. Con todo, el fenómeno de los conversos, aquellos que quieren "hacer méritos", continúa siendo el mismo que cuando yo llegué aquí: gente acomplejada que quema sus raíces y se abraza a un clavo ardiendo para quemarse a gusto, aunque sea rechazada a la hora de acceder al núcleo íntimo de la natividad (no la religiosa, claro, sino la de los nativos, es decir, los mestizos propios del lugar). Es el caso de las dependientas sudamericanas de la panadería que se empecinan en hablarme en catalán cuando yo me dirijo a ellas en castellano y me miran con un aire de superioridad  nacional que me produce escalofríos por el servilismo que advierto. Y no tienen la jefa cerca, que conste.
        En fin, aquí queda el apunte de esta vivencia plurilingüe que tanto anima nuestros días. No entro, por supuesto, en los cambios de lengua a lo largo del mismo discurso, o en la inclusión constante de términos de la otra lengua distinta de la que se está hablando, porque entonces habría hecho esta entrada sobre el catallano o el castelán, que, a su manera, tiene tanta tradición en nuestra autonomía como el spanglish en Nueva York. Para mi suegra, por ejemplo, no existe la merluza, sino el lluç. Y así seguiría... Bueno, me cito para otra entrada más adelante. A ver si ejerzo de auténtico sociolingüista y recopilo datos "fefaents" para ilustrar a mis escasísimos lectores, a quienes tanto aprecio.

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