miércoles, 19 de junio de 2013

La soledad alada del urinario.



El ecosistema lozano...

Llevo muchos días dándole vueltas a la pertinencia de escribir unas breves palabras sobre uno de los animales que menos curiosidad y atención suscitan de cuantos comparten con nosotros el ecosistema urbano. Me refiero a la mosca de urinario, y en ningún caso es metáfora de nada. Este animalejo, de poco a ningún vuelo, suele hallarse adherido, casi con vocación de calcomanía, a la loza de los urinarios verticales, a las paredes de azulejo de los cubículos de los retretes y, a veces, en insólito narcisismo, en los espejos donde hacen muecas terapéuticas quienes se lavan las manos después de miccionar o deponer, los que lo hacen... No suelen amilanarse por la presencia de los humanos y es raro que se desplacen unos centímetros cuando uno se acerca para aliviar la vejiga o abrir las columnas de Morgagni. 
Tienen una fisonomía simple pero interesante, porque se asemejan a aviones de alas triangulares y despegue vertical, como los famosos Harriers. Tienen un punto de aerodinamismo que choca con su tendencia a la inmovilidad, al quietismo molinosiano*; nada que ver con el incesante correveimolesta de otras moscas de salón, terraza, huertas o alcobas, enojosas hasta decir un basta que ni oyen ni ven, excepto que se les atine con la raqueta matamoscas, momento de triunfo cinegético que nos llena de orgullo, como si hubiéramos abatido "à la juancarlina" un poderoso elefante. 
La mosca de urinario tiene, sin embargo su estudioso. Se trata de Carlos Pradera, un desinsectador que ha hecho de su profesión una vocación científica y cuya página web:  http://desinsectador.com/  es un prodigio de información científica de máximo nivel, y en un campo, además, al que poca gente suele dedicarse. En ella fue donde descubrí no sólo todos los secretos morfológicos y biológicos de la mosca de urinario, esa compañía callada, durante las esforzadas, a veces,  operaciones escatológicas, y que no nos abandona aunque diseminemos olores capaces de provocar el vómito en nuestros semejantes. Gracias a Carlos he podido saber que la presencia de nuestra hierática amiga indica escasa limpieza, y ello permite apretar las tuercas al servicio de limpieza del trabajo, por ejemplo. Aunque aparentemente se la ve lisa, la mosca de urinario es peludilla, pero sin llegar a suscitar la ternura del peluche, y es muy probable que si algún deponente agresivo se espanta por su presencia y decide acabar con ella, antes de que la naturaleza lo haga en pocos días, dejará un chafarrinón de sangre negra, como la de ciertas polillas de cocina. Cuesta cogerle cariño, sin embargo. Es demasiado sosa y anodina, aunque, como manifestación vital que es, y por su curioso hábitat, la mosca de urinario bien podría ser emblema pasivo de ciertos caracteres estancados en la fase anal freudiana.
Es extraño encontrarse la mosca de urinario, tan precisamente definida por su hábitat, fuera de él, de modo que quien, a partir de esta reflexión, se sienta movido a curiosidad, ya sabe dónde ha de buscarla, y sabrá que si no la encuentra en su urinario habitual es una excelente señal, y que habrá de frecuentar otros, menos salubres, para observarlas en su medio, si bien dicha observación habrá de realizarse de tal manera que, en el movimiento de acercamiento al urinario vertical no nos confundan, las visitas inesperadas, con los parisinos mangeurs du blanc de los que hablaba John Gregory Bourke en su apasionante Escatología y civilización, con un prólogo de Freud, por cierto, y perdón por esta cita bibliográfica que no pretende la exhibición, sino la información.

*Nota pseudoerudita: Del turolense Miguel de Molinos,  autor de la doctrina "quietista", que no de Miguel de Molina, famosísimo tonadillero exiliado durante la Guerra Civil, que hizo célebre, entre otras, La bien pagá.




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